2 de julio de 2015

Las muertes

Las muertes. Siempre, de forma u otra, aparecen en mi cabeza. Son pequeñas grietas que con el tiempo se vuelven abismos parlantes. No es una sola. Son varias, envueltas en mortajas de distinto color. No vienen todas al mismo tiempo a no ser que mi angustia sea tan grande que esté amenazando con devorarme de un solo bocado. Ellas vienen solas o de a pares. A veces la muerte roja, la que te desangra. Otras, la azul de la asfixia y la verde de la naturaleza. A menudo la amarilla, la que se anuncia más. Pero a la que más temo es a la muerte negra. Ella viene sin previo aviso. Estalla en alguien y se lo lleva sin tiempo a un adiós. Esa muerte es la que me quita el sueño. Es esa muerte la dueña de mis angustias.

Fui pensando en las muertes hasta mi habitación, fingiendo ser una persona corriente que piensa en lo que va a hacer mañana o pasado en tal o cual lugar. Fingí no pensar mientras la muerte negra me pensaba, y yo la pensaba a ella. Tan ensimismada estaba que me topé con él; ojos marrones que me buscaban en ese vacío en el que caí. Y él dio cuenta de mi situación, extendió sus proteicos brazos y me abrazó tan fuerte que por un momento dejé de pensar en la muerte. Dejé de pensar de qué sirve vivir si nos vamos a morir de forma u otra. Con ese abrazo que me estremeció el alma pensé en la vida. En lo lindo que es estar vivo si esos son los abrazos de la gente que vive y quiere revivir al trágico que piensa en las muertes.

Durante ese abrazo, viví sin pensarlas y estoy segura de que me puedo acostumbrar a ello.

Pequeñas revoluciones

 Creo que la edad me ha hecho un tanto más “seria” para escribir. Ya no sé si me queda cómodo expresar mis ideales y luchas en forma de metáforas o narrativa. Quizá hoy crea en las revoluciones; no en aquellas monumentales que destruyen todo en un abrir y cerrar de ojos, sin antes haber construido cimientos para construir un edificio social más equitativo, más feliz. Porque es a eso que apuntamos, ¿no? A ser felices… Sino ¿dinero para qué? Para conocer lugares del mundo y así ser felices. Comprarnos autos, departamentos, alimentar a nuestra familia. Quien diga que la felicidad no es solo material tiene toda la razón del mundo pero es un estúpido si niega la importancia de lo efímero, del material traído al mundo por un hombre X en un lugar X de nuestra Casa. No sé si hoy se pueda hablar de una Revolución sin pasar por soñador ingenuo. Quizá el tiempo de La Revolución ya pasó. Quizá sea hora de que hagamos pequeñas revoluciones, que mandemos al demonio el mundo infeliz en el que vive mucha gente, de que lo hagamos distinto. Revolucionariamente distinto. Feliz.

 Quizá con pequeñas revoluciones este Homo Faber de Arendt se haga Hombre, al fin. Y quizá el espíritu de ayuda, de felicidad, de hermandad se haga pandémico y se transformen en  pequeños Mandela, pequeños Ghandi, pequeños Luther King, pequeños Bolivar, pequeños Guevara, pequeños Favaloro.  Pequeños que pisen tan fuerte  hasta hacer temblar los cimientos de los Grandes, que ahora miran expectantes. Con miedo.

 Pequeños revolucionarios con ganas de enfermar a los demás de ese espíritu suyo sin ganas de conformarse con saber y decir que “…bueno, las cosas son así. Qué le vas a hacer”. ¡Enfermemos a los demás y hagamos pequeñas revoluciones! Dejemos de mirar desde arriba como reyes de lo Absoluto. Reyes sin cetro, al servicio de entidades metafísicas, los Ricos, que nos quieren sumisos y quieren que odiemos a los que ellos mismos dejan de lado. Si las revoluciones en contra de esta cultura hegemónica son enfermedad, con gusto me enfermaré y contagiaré al resto.


Nunca es demasiado tarde.